Letras en Liberación (Parte-2)


Estoy harto de perder lo que creía que me hacia feliz, ayer me detuve detrás de la ventana que opaca mis besos y observe como pasaban acompasadas y quizás piadosas por ella, una tras otras, los episodios de una vida aun lejana. En ellas las imágenes eran turbias y algunas oscuras, como veladas, algunas las entendía y otras eran vacías. Algunas no parecían lo que parecían y otras tantas se perdían en los temores de mis ojos por verlas.

A veces esta distancia era superable, a veces los sentidos los entregaba a su ritmo y a mis sueños, pero cada vez que pasa los furiosos vientos que golpean mi tejado y el polvo que se asienta en mis pensares, estos están formando una trampa que hace las veces de cuarto, que hace las veces de vida, que hace las veces de cama. Y en mis ironías a veces camino entre diáfanas luces que me incitan a seguir, como un aventurero obnubilado por lo que ve.

La verdad no la poseemos, esta es más que escurridiza, es impredecible, pero quién sabe de verdades, quién sabe de esto o aquello. A veces se espera que alguien sea más que una verdad y en esa espera impaciente uno cree que alguien nos guiará sin la circulante razón de siempre. Y aquí me detengo porque me atrevo a decir que: la razón muchas veces cuelga desdichada en quienes carecen de ella pero que vociferan creyendo poseerla. Y entonces en esa realidad con pinta de máscara y piel de serpiente siempre dispuesta a mudar, uno termina creyendo a quienes no debe.

Pero bueno en este patio grande donde vivimos todos convulsos en fe ya no hay espacio para abrigar la duda, ya no hay espacio para caminar fuera de el o eso es lo que dicen algunos. Porque ciertamente abundan carteles tras carteles diciendo: Sigue por donde indican las flechas, respeta el camino. Y entre lo uno y lo otro hay quienes se atreven a creer en si mismos y a perderse en su interior.

Anoche entre estos disturbios, puede llamarse desvaríos mentales de un tipo queriendo ser lo que quiere ser, me hallé entre hojas blancas y entre cuerdas rotas. Y no es que esto sirva con el afán presuntuoso de uno mismo por exorcizar sus temores. Pero a veces uno va a encallar entre sus temores y sus plegarias.

A veces se intenta buscar un puente que nos lleve a la cuidad perdida de los instantes, donde el tiempo no lance sus agujas en nuestras espaldas. Porque en el duro intento de hallarse uno en la misma cueva de ayer es ciertamente una tarea casi compulsiva. Y es ahí donde precisamente convergen todos los rostros que uno oculta a la luz del sol.

En este tiempo mis letras caducan y mis melodías me azotan, pero de alguna manera la felicidad se hace esperar, esta llega en el momento menos esperado y se la puede sentir cuando uno vive cada detalle, cada minuto con desbordante pasión.

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